Siempre que hago una mudanza digo -ésta será la última- pero por una u otra razón, que siempre tiene que ver con el trabajo, hay una más. Ya van unas cuantas. Más de las que hubiese querido, y el caso es que son un verdadero dolor de cabeza, un lío monumental o una forma de darte cuenta que tienes menos amigos de lo que creías.
ESTA ES MI ULTIMA MUDANZA
¿Tantas cosas tenía? ¿Realmente necesito todo esto? Son preguntas que te haces siempre antes, durante y después de una mudanza. Pero la pregunta principal es ¿Por que no dejo esto mejor en manos de profesionales, pago, si, pero me evito de jaleos, trabajo duro, trámites complicados y horas de esfuerzo y complicaciones.
Eso mismo le dije a Felipe, un amigo que se trasladaba de Cuenca a Valencia hace un mes. No me apetecía nada tener que pasar tres o cuatro días ayudandole a trasladar las cosas a Valencia, con mi furgoneta y encima tener que dejar mi trabajo a medio hacer. Claro, como soy de esos pioneros que trabaja en casa, la gente cree que mi tiempo está disponible, y a veces te ponen entre la espada y la pared y no puedes decir que no. No lo harían si tuvieras que fichar en una fábrica, pues todo el mundo entiende que no puedes dejar el trabajo pero como eres autónomo y tienes la oficina en tu propia casa, pues eso, que nadie entiende que tampoco lo puedes dejar.
Le dije ¿Por que no contratas una empresa de mudanzas en Valencia y así no te complicas la vida? Y él, que si no tengo un duro, que si patatín, que si patatán. En fin, no os quiero ni contar por cuanto salió al final la mudanza entre gasolina, tiempo perdido, comidas que pagó él, desayunos, muebles que se rompieron…
Cuando todo terminó yo daba gracias al cielo y repetía una vez más -ésta será la última mudanza-mientras tomábamos unas cervezas y unas raciones de calamares que, por supuesto, faltaría más, pagó él.
Pero lo que no pagó el fueron mis vaqueros que se rompieron por el culo cuando subíamos el frigorífico. ¡Madre del amor hermoso, creí que no lo subíamos nunca! No cabía por el hueco de la escalera, ni por el ascensor. ¡Lo que echamos de menos una grúa! ¡Dos horas con la nevera a cuestas haciendo filigranas por el hueco de las escaleras, que parecíamos costaleros de la semana santa de Sevilla!
Pero no si eso fue lo peor. La mujer de Felipe lo sabe todo, cuando hay que torcer a la derecha, el grado de inclinación que tiene que tener la nevera para entrar por determinado hueco… Todo menos echar una mano. Ella te guía, por aquí por allí, pero lo de arrimar un hombro para que el trasto pese menos, como que no va con su forma de ser…
¿Dónde están tus amigos, Felipe? Es que soy yo el único…
Javier ha tenido que llevar a los niños a Madrid, que se examinan de flauta travesera, Manolo está en Galicia en el entierro de un primo suyo, Juan Carlos tenía que presidir una procesión y Perico estaba sin cobertura.
Le he regalado un felpudo de IKEA que reza «Esta es la última República de Mi Casa».