¿Estamos ignorando la sabiduría de quienes más han vivido?

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¿Estamos ignorando la sabiduría de quienes más han vivido? La neuroplasticidad no envejece aunque tú creas que sí

Envejecer en un mundo de adanistas puede ser como ver una serie cuya primera temporada nadie recuerda. 📺 Uno está ahí, cargado de anécdotas, referencias culturales y lecciones aprendidas en carne propia, pero los demás actúan como si la historia comenzara justo cuando ellos llegaron. Y lo peor no es que no lo sepan, sino que no quieran saberlo.

La palabra clave aquí es adanismo. No es solo una actitud juvenil de “esto lo inventé yo”, sino una especie de amnesia cultural activa que transforma a quienes ya han vivido en figurantes sin guion. ¿Qué ocurre cuando una generación que ha visto el mundo transformarse una y otra vez es tratada como si apenas supiera encender un móvil? Spoiler: no se resigna, se ríe. Y vaya si se ríe.

El cerebro sabio que no encaja en TikTok

Se ha dicho que el envejecimiento es un naufragio. Puede ser. Pero también es un archivo encriptado que solo algunos saben cómo abrir. Mientras los jóvenes deslizan pantallas a la velocidad de la luz, los mayores construyen sinapsis con la calma de un bibliotecario zen. Lo dice la ciencia: el cerebro envejecido no se rinde, se reinventa.

La neuroplasticidad, esa habilidad casi poética del cerebro para cambiar y adaptarse, no desaparece con las canas. Cambia de forma. Se hace más selectiva, menos ruidosa, más profunda. Lo que los jóvenes ganan en velocidad, los mayores lo compensan con conexiones que, como buenos vinos, llevan décadas macerándose. ¿Acaso no es más útil saber por qué algo funciona que simplemente saber usarlo?

Y mientras ellos practican la multitarea, nosotros (sí, yo me incluyo entre los veteranos del tiempo) practicamos lo que los neurocientíficos llaman “reserva cognitiva”. No suena sexy, pero es una especie de superpoder: décadas de experiencias traducidas en intuición y sabiduría práctica. Es decir, un cerebro que, aunque más lento en superficie, es capaz de leer entre líneas, detectar patrones y anticipar finales que otros ni han empezado a imaginar.

Testimonio Intergeneracional: «Cuando las Cosas Tenían Otra Velocidad»

Entrevista a Carmen, 72 años, jubilada

Interviewer: Carmen, ¿qué es lo que más te sorprende de cómo los jóvenes ven el mundo hoy?

Carmen: «Ay, hijo, es como si vivieran en otro planeta. El otro día mi nieto me explicaba que se había ‘enfadado’ con su novia por WhatsApp y que ella no le había respondido en diez minutos. ¡Diez minutos! Yo a tu abuelo lo conocí escribiéndole cartas que tardaban una semana en llegar. Y esperábamos, porque sabíamos que las cosas buenas requieren tiempo.»

Interviewer: ¿Cree que algo se pierde en esa inmediatez?

Carmen: «Mira, no es que esté en contra del progreso, que conste. Pero me da pena ver cómo se han perdido ciertos rituales, cierta… paciencia. Antes, cuando querías saber algo, tenías que ir a la biblioteca, preguntar, buscar en enciclopedias. El conocimiento se ganaba. Ahora todo está en esa cosa, en el móvil, pero es como si fuera demasiado fácil y por eso no se valora igual.»

Interviewer: ¿Qué piensa del concepto de «adanismo» – esa tendencia de cada generación a pensar que el mundo empieza con ellos?

Carmen: «¡Ja! Esa palabra no la conocía, pero el concepto… ay, sí. Es como si pensaran que antes de ellos no existía la música, el amor, la rebeldía. Como si nosotros hubiéramos vivido en blanco y negro, ¿sabes? Mi nieta me dijo el otro día: ‘Abuela, vosotros no entendéis lo complicado que es crecer hoy.’ Y yo me quedé pensando… niña, si yo crecí con la posguerra, cuando no había ni televisión ni lavadora, cuando las mujeres no podían ni abrir una cuenta en el banco sin permiso del marido.»

Interviewer: ¿Siente que su experiencia es valorada?

Carmen: «A veces sí, a veces no. Depende del día y de la persona. Hay jóvenes que te escuchan con respeto genuino, como si fueran arqueólogos descubriendo tesoros. Pero otros… es como si pensaran que todo lo anterior a Instagram fuera prehistoria irrelevante. No entienden que nosotros también fuimos jóvenes, que también nos enamoramos, que también cuestionamos el mundo. Solo que lo hicimos sin selfies.»

Interviewer: ¿Qué le gustaría transmitir a las nuevas generaciones?

Carmen: «Que no todo lo lento es malo, que no todo lo nuevo es mejor. Que antes de cambiar el mundo, igual merece la pena entender cómo funcionaba antes y por qué. Y sobre todo, que reírse de uno mismo es el mejor antídoto contra la soberbia. Porque al final, ellos también se harán mayores, y sus nietos también pensarán que lo suyo es lo único que importa. Es la ley de la vida, pero eso no significa que esté bien.»


«Esta conversación ilustra perfectamente la tensión entre la experiencia acumulada y la renovación generacional, entre la sabiduría del tiempo vivido y la energía transformadora de la juventud. Carmen, con su mezcla de nostalgia y pragmatismo, encarna la perspectiva de quienes han visto cambiar el mundo y se enfrentan al desafío de transmitir su conocimiento a generaciones que hablan un idioma diferente al suyo.»

“El futuro es rápido, pero la experiencia es profunda”

La tragicomedia del adanismo

Hay un momento universal que marca la fractura entre generaciones: cuando un joven mira a un mayor con condescendencia tecnológica. Como si dominar una aplicación te convirtiera en oráculo. Lo que no saben es que muchos de esos veteranos vivieron el primer fax, el primer teléfono móvil, el primer internet… Y sobrevivieron.

Pero aquí entra el adanismo con sus sandalias de plástico: cada generación cree haber descubierto el fuego. En TikTok bailan lo que nosotros ya bailamos en los 80, con nombres nuevos y menos ropa. Gregori Luri lo resume con ironía afilada: “Hoy todo lo nuevo vale más que lo bueno”. Y eso, amigos, es el punto de quiebre.

Una sociedad donde los jóvenes se sienten fundadores del tiempo y los mayores, fósiles de una era extinta, es una sociedad que se empobrece a sí misma. No se trata de nostalgia, sino de perspectiva. Saber que las modas pasan, que las ideas circulan, que las crisis se repiten con otras caretas. Eso no lo da Google, lo da el haber estado ahí.

“Ser viejo no es el problema. El problema es que no escuchas al que ya estuvo donde tú vas”

La paciencia, ese superpoder preinternet

Los jóvenes nacieron en un mundo sin espera. Todo está a un clic de distancia. ¿Paciencia? ¿Espera? ¿Ir a un banco? ¿Llamar desde una cabina? Ellos no conocen esa pedagogía invisible que nos enseñó a lidiar con el tiempo, a tolerar la incertidumbre y a saborear los silencios.

Aquí entra en juego lo que los antropólogos llaman memoria encarnada. No es solo recordar lo que pasó. Es haberlo vivido con el cuerpo, con los miedos, con la alegría lenta de un logro que no fue inmediato. Esa memoria no se encuentra en archivos PDF ni en tutoriales de YouTube. Se transmite por conversación, por mirada, por café compartido.

“Lo importante no es recordar, es haberlo sentido”

Manuales, botones y el arte perdido de leer instrucciones

Una de las guerras más divertidas de esta tragicomedia generacional es la del «Manual de Instrucciones». ¿Lo recuerdas? Ese librito grueso, a veces mal traducido, que venía con cada aparato. Los mayores aprendimos a leerlo antes de tocar nada. Hoy, los jóvenes ni lo buscan. ¿Botón rojo? ¿Qué puede salir mal?

Esta diferencia va más allá del chiste: refleja una filosofía del tiempo. Nosotros venimos de un mundo donde las cosas debían durar. Ellos, de otro donde todo se actualiza. El resultado es que lo que para ellos es “intuitivo”, para nosotros es “ambiguo”. Y lo que para nosotros era “claro”, para ellos es “tedioso”.

Risa, esa estrategia evolutiva

Pero si algo tenemos los que ya pasamos varias estaciones, es humor. No el de chistes malos (aunque también), sino ese humor profundo, casi filosófico, que te permite ver las contradicciones humanas con una mezcla de ternura y sorna. El humor es nuestra venganza elegante.

Estudios como los de Gsinapsis o Revista Española de Geriatría muestran que el humor mejora la salud mental, reduce el estrés y alarga la vida. No es una broma: reírse es neuroprotector. Y los que más se ríen de sí mismos tienden a vivir más tranquilos, aunque el mundo se esté desmoronando a su alrededor.

“Si no puedes cambiar el mundo, ríete de su torpeza”

Sabiduría distribuida, una idea que vale oro

¿Qué pasaría si dejáramos de ver la edad como una competencia y la viéramos como una colaboración? Hay una idea emergente en la psicología social llamada sabiduría distribuida: el conocimiento no está en una sola persona, sino repartido entre generaciones.

Los jóvenes tienen energía, agilidad mental, intuición digital. Los mayores tienen contexto, historia, memoria afectiva. Juntos no solo se complementan: se potencian. Pero eso exige humildad. De ambas partes. Exige aceptar que uno no lo sabe todo. Y que el otro, aunque hable despacio, tiene más respuestas de las que imaginas.

Iniciativas como el aprendizaje intergeneracional están demostrando que esta fórmula no es utópica. Funciona. Y genera una alquimia hermosa: jóvenes que descubren que el pasado no es gris, y mayores que se reconcilian con un presente que ya no los ignora.

El ciclo que nadie quiere ver

Lo más divertido de esta batalla generacional es que ya la hemos vivido. Y volveremos a vivirla. Los que hoy dicen “ok, boomer”, mañana recibirán un “ok, posthumano”. Cada generación, sin excepción, se ha creído la cúspide del progreso. Y cada una ha sido reemplazada.

Pero si hay algo que solo el tiempo enseña es esto: la experiencia no caduca, se transforma. Y aunque la tecnología cambie cada mes, el corazón humano sigue latiendo con los mismos ritmos de siempre: miedo, amor, nostalgia, deseo, pérdida, alegría.

“La verdadera sabiduría no es resistirse al cambio, sino saber en qué merece la pena resistir”

¿Puede la risa ser el puente que salve al tiempo?

Quizás la solución a este entuerto no está en más teorías, sino en algo tan humano como una carcajada compartida. Una historia absurda, un recuerdo ridículo, un fallo tecnológico convertido en anécdota. No como burla, sino como vínculo. Porque si algo une generaciones, no es la admiración mutua, sino el asombro de reconocerse en el otro.

Y mientras los adanistas siguen bailando sobre ruinas que no saben que son ruinas, nosotros, los veteranos del tiempo, seguiremos observando con una sonrisa de medio lado, sabiendo que ellos también envejecerán. Y que cuando lo hagan, quizás recuerden esta vieja risa como una brújula.

¿Y tú? ¿Te atreverás a reírte contigo mismo antes de que lo hagan tus nietos?

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