La Praga de Kafka

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Siempre y cuando se pueda hay que ver Praga desde las alturas. Las casas de colores refulgentes, las ventanas concebidas para la ensoñación desde hace siglos. Esas calles que eran el hogar y el taller de los orfebres. Esos lugares en los que Franz Kafka pasaba el invierno en mil novecientos dieciséis. El castillo, su gran novela, está inspirada por algunas de esas calles. De Praga. Resulta tentador imaginarse a ese chaval alto y flacucho, de ojos candentes mientras que bajaba a la ciudad.

Podemos continuar sus pasos a través del Puente de Carlos IV, el más viejo de Praga, vínculo obligado a lo largo de siglos entre ambas márgenes del Moldava. Quizás miraría las treinta estatuas que lo protegen, el brillo en el pedestal de San Juan Nepomuceno. Kafka cruzaría después el enorme Clementinum, corazón de la cultura centroeuropea, que agrupa universidades, bibliotecas, observatorios y donde, conforme Borges, un conjunto de bibliotecarios busca a Dios en una de las letras de uno de sus infinitos libros.

+ en: Praga, la seductora capital de la República Checa

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